miércoles, 26 de octubre de 2016

LADO A - SURCO DOS



SURCO DOS


Juancito Trucupey no se llamaba Juancito Trucupey. Se llamaba Juan Garcés Matías, pero lo llamaban como el personaje de la canción del compositor Luis Kalaff porque esa era su melodía favorita.
Juancito no se perdía ninguna fiesta a la que lo invitaban y, como el de la canción, no desperdiciaba ocasión para formar sus propias rumbas, en las que solo sonaban ritmos tropicales: guarachas, porros, merengues, sones; sobre todo las canciones de La Dimensión Latina, orquesta por la que Juancito deliraba, al punto que uno de sus grandes deseos era tener unos bigotes torrenciales como los del excantante de ese conjunto, Oscar D’León, y no aquel mostachito insignificante que más bien parecía una fila de hormiguitas. Habría querido Juancito Trucupey tener el pelo africano e hirsuto de aquel cantante, pero la naturaleza lo dotó de un cabello lacio que la brisa despeinaba con facilidad y él se empeñaba en retener tras sus desproporcionadas orejas.  
Quiso el destino que Juancito fuese hijo de la maestra Josefa, la cual era de apellido Matías, por lo que la gente bromeaba diciendo que la casa de Juancito parecía un disco de La Dimensión Latina, porque todos tenían el nombre de una canción de esa orquesta. Aquel comentario por supuesto que llenaba de orgullo al locutor.   

*
El día que Disco y juventud no salió al aire, el programa Juancito y su combo, de Juan Garcés, mejor conocido como Juancito Trucupey, comenzó con la canción que él decía reservar para ocasiones especiales. Sin embargo, esa canción sonaba todos los días al iniciarse su programa:
“Juancito Trucupey me dijo/ que tiene una fiesta formá/ pa tocá con su tambora/ allá por la madrugá./ Juancito Trucupey, (muchacho),/ es un hombre popular, (a veces)./ Ay, Juancito Trucupey, (compadre),/ es un hombre popular…”.


Todos sabíamos que Juancito a cualquier día le daba el calificativo de especial solo para tener la excusa para formar la rumba.
Cuando terminó la canción, Juancito, eufórico, saludó a la audiencia gritando como siempre:
―¡Chévere, chévere, chévere cambuuuur! ―para luego agregar más calmado: ―Así me siento yo y así quiero que se sientan ustedes: chévere cambur pintón. Y hoy más que nunca, porque se ha hecho justicia y se le ha quitado a la música foránea que alienaba a nuestra juventud el espacio que no le correspondía. Me refiero a ese programa, que no voy a mencionar, el cual solo transmitía música guachi-guachi, que nada tiene que ver con nuestras raíces. ¡Por eso estamos de fiesta! Y para que siga la rumba y complacer a Marlene, en la calle Libertad, aquí les dejo a Larry Harlow con El paso de Encarnación.
Mientras veía el disco girar al tiempo que el estudio era invadido por la clave del son, Juancito sostuvo una de esas sonrisas que lo caracterizaban, muy parecida a la de Pepe Cortisona, el personaje del comic Condorito: “La trigueña Encarnación/ cuando se pone a bailar/ no hace más que tararear/ lo que el conjunto interpreta…”. Seguro que media ciudad estaría tamborileando sobre una mesa, moviéndose rítmicamente en el asiento de un transporte colectivo o llevando la clave con las paletas de mover el dulce de leche




Pero la celebración de Juancito, en esta oportunidad, sería breve porque al día siguiente, minutos antes de iniciar su programa, al monitorear la programación de La Mensajera, escuchó aquella voz con acento caraqueño, que tanto lo había perturbado durante los últimos meses, exclamar:
            −¡Jelóuuuu, bíurifol pípol del desiertooo!  ¡En el aire Disco y juventud!

*
            Esa tarde el programa Juancito y su combo comenzó con la canción Llorarás, hecho que fue interpretado por los oyentes como una respuesta y un anuncio de venganza dirigidos a Disco y juventud por la canción con la que este programa se había iniciado.
            Los radioescuchas de Gelindo no podían salir de su asombro al escuchar nuevamente la voz de su locutor consentido, se había dicho que su programa no saldría al aire nunca más, pero la estupefacción no era solo por ese hecho sino porque la voz de Gelindo tenía de fondo el intro de la canción Josefa Matía. La gente se preguntaba: ¿Se volvió loco el Loco? ¿Por qué un programa de disco music transmite Josefa Matía? Seguro se equivocó el operador, se dijeron algunos. No, seguro Lindo Petit quiere tener un acto de nobleza con Juancito Trucupey y de esa manera demostrarle que no le guarda rencor por sus comentarios del día anterior, aseguraron otros. Nada de eso, lo más probable es que Trina Payares y Juancito hayan triunfado y ya no transmitirán en la radio local canciones en inglés; si al Loco Lindo le han permitido salir al aire nuevamente será para presentar las canciones de la Fania All Star, de la Dimensión Latina o de la Billo’s Caracas Boys, aseguraron los más arriesgados antes que estallara la voz de Oscar D’León:
            “De los pájaros del monte,/ Josefa Matía,/ yo quisiera ser canario,/ Josefa Matía,/ para guarachar contigo,/ Josefa Matía…”.


            Al poco tiempo, casi todos los radioescuchas canturreaban el estribillo de la canción: “lelolei lelolaila”, “lelolei lelolaila”, incluso mis primos, quienes pensaron: “Si al Loco Lindo ahora le gusta La Dimensión Latina, a nosotros también nos tendrá que gustar”.  
            El único que no canturreaba era Juancito Trucupey, quien enfurecido se mordía el bigote y juraba venganza. Quienes acompañaban a Juancito esa tarde en el estudio estallaron en carcajadas por la ocurrencia de Gelindo, cada uno tenía una interpretación del hecho, pero ninguna coincidía con la de Juancito.
            ―¿Pero es que no se dan cuenta de que el seretón de Lindo Petit me está mentando la madre?
            Todos rieron aún más. Rieron por la ocurrencia de Gelindo, por la furia de Juancito y por esa forma tan regional que tenía este de insultar a quien le caía mal, llamándolo seretón, nombre de un ser del imaginario sobrenatural de la ciudad que, según decían, se hacía invisible o se transformaba en animal para poseer a las jóvenes de las cuales se enamoraba.
            De las tres personas que lo acompañaban: Juvenal Primera, el productor; Hermes Atienza, el musicalizador; y Osiris Chirino, el operador, dos le dieron la razón, solo para verlo más enfurecido; y uno, seguro fue Osiris, trató de convencerlo de que estaba malinterpretando a Gelindo “porque el Loco Lindo no es hombre de andar con esas vainas. Él, dentro de su locura, es un hombre serio”.
            Juancito Trucupey decía que no y que no, que ese Loco Lindo se las iba a pagar, que lo iba hacer llorar como una niña y le pidió a Osiris que tuviera listo el long play de La Dimensión Latina donde estaba Llorarás, porque salían al aire con esa canción, pero solo con el estribillo. Y así fue:  
            “Llorarás, llorarás, llorarás, (llorarás)./ Como lo sufrí yo, (llorarás)./ Oye, tú llorarás, (llorarás)./ Nadie te comprenderá, (lloraras),/ todo lo malo que hiciste, (llorarás)./ Oye, mira, lo pagarás, (llorarás)./ Llorarás, llorarás, (llorarás)./ Llorarás, llorarás, (llorarás)./ Tú me hiciste sufrir, (llorarás),/ ahora el que ríe soy yo, (llorarás). Que no, que no, que sí, que sí, (llorarás)…”


            La ciudad estaba en vilo, los que no escuchaban la radio a esa hora fueron avisados por los que habían sido testigos del inicio de la batalla entre Gelindo y Juancito Trucupey y en poco tiempo la ciudad disfrutaba de aquella original y festiva contienda. Cuando culminó Llorarás, Juancito le ordenó al aperador que hiciera sonar cualquier melodía porque seguro la gente iba a cambiar de dial para escuchar la respuesta de Gelindo.
            ―Escuchemos con qué nos sale el Loco Lindo. Anda buscando La chica plástica de Rubén Blades. Ponla a partir de donde dice: “Él era un muchacho plástico” −y diciendo esto comenzó a escuchar Disco y juventud, justo en el momento en que Gelindo explicaba el origen de la canción que escucharía su audiencia.
            ―Un grupo de jóvenes negros, en cierta oportunidad, quisieron entrar al templo de la cultura pop de New York, Studio 54, pero fueron rechazados en la puerta, así que decepcionados se dirigieron a su casa a componer la siguiente canción… ¡BIÚRIFOL PÍPOL DEL DESIERTOOO, PARA TODOS LOS QUE SE HAN SENTIDO RECHAZADOS O ALGUIEN HA QUERIDO SACAR DE ALGÚN LUGAR, AQUÍ LES DEJO “LE FREAK”, DEL GRUPO CHIC! ―exclamó Gelindo con más fuerza que nunca y, seguidamente, por todos los rincones de la ciudad se escuchó:
            “Aaaaah. Freak out!/ Le Freak, C'est Chic/ Freak out!/ Aaaaah. Freak out!/ Le Freak, C'est Chic/ Freak out!”.
            Qué alegría sintieron mis primos al escuchar aquella canción, estaban eufóricos y, por supuesto, yo me contagié. Los tres bailamos con mucha energía y gritamos, hasta la afonía, el estribillo:
            “Aaaaah. Freak out!/ Le Freak, C'est Chic/ Freak out!/ Aaaaah. Freak out!/ Le Freak, C'est Chic/ Freak out!”.




            Yo no sabía qué era lo que decía la canción, pero gritaba lo que creía escuchar: “¡fritao!”. Mi prima se rio mucho y me enseñó la pronunciación correcta, también me tradujo al español el estribillo:
            ―Es algo así como: fuera los bichos raros o fuera los monstruos.
            “Es algo así como”, esa era la frase favorita de mi prima cuando traducía algo, siempre me dejaba con la duda. Mi prima sabía un poco de inglés porque estudiaba con las monjas para ser maestra, y las monjas, se decía, enseñaban mucho. Yo siempre le pedía a mi prima que me copiara las canciones para tratar de aprendérmelas, cosa que me costaba bastante porque si leía el español con dificultad, imposible imaginarse cómo leía el inglés. Ella me copiaba las canciones en un cuadernito que yo tenía especialmente para eso, me las copiaba pero según la fonética para que se me hiciera más fácil.
            ―Ahora me copias la canción del grupo Chic ―le pedí exhausto cuando terminó Le Freak y Gelindo anunció la canción YMCA de Village People que, claramente, era el paréntesis para que cambiáramos de dial y escucháramos la reacción de Juancito, el cual debía estar como los toros de las comiquitas, lanzando humo por la nariz y por los oídos, no porque estuviera fumando sino por la ira que estaría sintiendo.
            La respuesta de Juancito fue contundente y genial. Es que Juancito era genial, aunque mis primos y yo no lo reconociéramos en aquel entonces y lo tildáramos de ordinario y bruto. Juancito en una demostración de amplio conocimiento de la música que transmitía le pidió presuroso a Osiris:
            ―Búscate el disco de Roberto Roena y su Apollo Sound y pon a sonar el surco uno del lado A.
            Osiris sonrió porque sabía que aquella era la canción más acertada para responderle a Gelindo, y Juancito, que había estado nervioso y circunspecto durante el desarrollo de la contienda, volvió a esbozar su acostumbrada sonrisa de personaje de comic.
            ―Mis queridos radioescuchas, la salsa llegó para quedarse, la salsa es vida y filosofía, la salsa tiene una respuesta para todas tus inquietudes, no te vuelvas loco, loco, quédate como yo, tranquilo.
            Y al terminar Juancito de decir esto, la voz de Roberto Roena hizo explosión:
 “Y tú loco, loco, pero yo tranquilo./ Y tú loco, loco, pero yo tranquilo// Viendo un zapatero ñoco/ siempre se le enreda el hilo,/ el tipo se vuelve loco,/ tú loco loco, yo tranquilo.// Dicen que estás como coco/ como navaja e dos filos,/ el oro te volvió loco/ tú loco, loco, yo tranquilo”.


La ciudad entera, entonces, se convirtió en una carcajada de más de tres sílabas. Gelindo, que siempre mantenía el buen humor, también celebró la ocurrencia de su rival, lo hizo con su original risa de una sola sílaba y vocal prolongada: “¡Jaaaaaa!”. Nunca he escuchado una risa igual a aquella de Gelindo. Sonaba como si se le quedara atascada en la garganta, ansiosa por salir, pero imposibilitada de hacerlo. Sin embargo, se escuchaba tan sincera y tan divertida que, como todo lo que hacía Gelindo, muchos terminaron imitándola.
Esa tarde, cada vez que Juancito hacía un comentario o anunciaba una canción, Gelindo lanzaba su “¡jaaaaaa!”. Lo hacía también cuando a él le tocaba salir al aire, lo que exasperaba a Juancito sobremanera, porque Juancito no se daba cuenta de que Gelindo con su risa monosilábica no estaba burlándose de él sino celebrándolo, reconociendo su talento, su pasión y su gracia.
Todos esperamos expectantes la respuesta de Gelindo a la canción Tú, loco loco. Pensamos que la tenía difícil, que arriaría las banderas, pero exhalamos aliviados cuando lo escuchamos decir:
―Biúrifol pípol del desierto, tal vez estemos adoloridos del golpe que nos asestaron hace dos días, y que nos dejó fuera del aire. Un golpe que nos dejó locos, locos, ¡jaaaaaa!, pero ¡SOBREVIVIENDOOOOO! Como lo cantan los Bee Gees en Staying Alive ―en realidad no dijo Staying Alive así, sino: “Estiyiiiin alaiiiiiv”.
¡Por todos los cielos!, el grito de mi prima se escuchó hasta en las Antillas Neerlandesas y estuvo serpenteando por las calles de la ciudad hasta que lo aplacaron las voces que salían de muchas casas, voces que imitaban pésimamente el tono agudo de los Bee Gees e intentaban con tururús y tararás seguir la letra de la canción:
“Well, you can tell by the way I use my walk,/ I’m a woman’s man: no time to talk./ Music loud and women warm,/  I’ve been kicked around/ since I was born”.


Yo también cantaba a plena voz Staying Alive, pero, desde luego, como casi todos los que escuchábamos en aquel momento la canción, solo imitaba la fonética y lo que salía de mi boca no tenía nada que ver con lo que interpretaban los Bee Gees. Lo que sí pronunciaba bien era el estribillo:
“Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive./ Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive”.
Y no era necesario que impostara la voz porque mi voz era tan aguda como la de Robin, Maurice y Barry Gibb.
“Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive./ Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive”. Seguía cantando yo mientras giraba como John Travolta e imaginaba que era el principito de un pequeño planeta, cubierto de espejos, que flotaba sobre la pista de una discoteca, donde cientos de personas coreaban también: “Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive./ Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive”.

*
Entre salsa y disco music transcurrió pronto la hora que duraban los programas de Gelindo y Juancito Trucupey. Gelindo quiso terminar su programa del día con una salsa, cerrando así el círculo que había iniciado. La gente que escuchaba no dudó esta vez de la intención del locutor en la escogencia de la canción. Guantanamera era esa canción. Por supuesto que no había dudas en los escuchas. Por supuesto que no había ingenuidad en Gelindo. Por supuesto que todos sabían a quién iba dirigida aquella canción que muchos acompañaron con las palmas:
 “Guantanamera, guajira guantanamera,/ guantanamera, guajira guantanamera.// Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma,/ yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma/ y antes de morirme quiero/ cantar mis versos del alma”.


Mientras sonaba la canción, el nombre de Trina Payares se convirtió en un mantra pronunciado cada vez que Celia Cruz modulaba la palabra “guajira”, al punto de que lo que se escuchaba era: Trina Payares, guajira Trina Payares, Trina Payares, guajira Trina Payares.
No hubo quien no celebrara la ocurrencia de Gelindo. Excepto Juancito Trucupey y Trina Payares, claro está.
Hasta Epifanio, contaban, quien escuchaba la guerra musical tomándose un café guayoyo tras otro en el Café Paraíso, se retorcía de la risa. Trina Payares, por el contrario, temblaba de indignación al tiempo que destapaba su máquina de escribir Remington, bien aceitada, para redactar una edición especial de El Pasquín.
Por su lado, Juancito Trucupey, cuando se acercaba el final de la canción Guantanamera, le pidió presuroso a Osiris que buscase la canción El Nazareno, cantada por Ismael Rivera, para invocar con ella a El Altísimo y dejar bien claro que en  aquel mano a mano él era Florentino, no el diablo, en alusión a una vieja leyenda que contaba el enfrentamiento de un coplero con Satanás.
Juancito deseó que cuando Gelindo escuchase la canción de El Nazareno se esfumara como lo hizo el diablo de la leyenda al oír a Florentino pronunciar las advocaciones de la Virgen; pero Gelindo, que no simpatizaba con expresiones tan costumbristas, y solo creía en la leyenda de Tony Manero, estaba feliz en su cabina, celebrando con su risa monosilábica, en compañía de su gente, el regreso al aire de Disco y juventud; atendiendo él mismo las decenas de llamadas de apoyo, seleccionando la discografía del programa del día siguiente, porque estaba seguro de que continuaría sobreviviendo, y nosotros sus incondicionales idólatras continuaríamos repitiendo el mantra “staying alive, staying alive…” por siempre… Bueno, hasta que Gloria Gaynor nos enseñara, unos meses más tarde, otro mantra que decía: “I will survive”.
Se contaba que, esa noche, Juancito había recorrido todos los bares de la ciudad presumiendo de haber obtenido la victoria, pero siempre había alguien que para verlo enfurecido le decía:
―Juancito, el Loco Lindo te dejó en la lona.
Y él respondía, perdiendo por un momento su sonrisa:
―¡Tenés vista! ―que era su manera de decirle a ese alguien que estaba equivocado.
Cuando Gelindo se enteró de los comentarios de Juancito, no le dio a estos la mínima importancia porque él se consideraba un perdedor.
―Los perdedores nos divertimos más. Yo no nací para ganar, yo nací para divertirme.
Y a lo largo de sus 19 años de edad lo había dejado muy evidenciado. En el club infantil de béisbol al que perteneció, por insistencia del papá, siempre fue el peor jugador; en el equipo de futbolito de la escuela le temían porque cada vez que le daba una patada al balón rompía un vidrio de la oficina del director. Por otra parte, su promedio de notas en la primaria y el bachillerato nunca superó los doce puntos. Cuando se graduó de bachiller se fue, con una beca que llamaban Gran Mariscal de Ayacucho, a estudiar a los Estados Unidos. Allá cursó dos o tres carreras, pero no logró culminar ninguna. Regresó al país dos años más tarde sin ningún título, pero sí con un cargamento de discos y el cuadro de un chino de piel naranja y labios azules que le regaló un pintor pop amigo suyo.

*
Al contrario de lo que pensaba Juancito, yo estaba convencido de que él era el diablo. El diablo de la salsa.  El diablo malo de la salsa, quiero decir, porque Oscar D’León era el diablo bueno de la salsa. El diablo bueno y llorón. No como Juancito quien, para mí, era tan malo que no me lo imaginaba llorando. Yo creía que Juancito no había llorado nunca, ni cuando era chiquito. Meses más tarde me enteré de que en una ocasión, según, estuvo a punto  de hacerlo.
Aquella noche, de tanto que dibujé, llené varias veces mi cajita de lata, de esas donde venían las galletas de soda, con la viruta de mis lápices de color. Dibujé a Juancito muchas veces, lo dibujé como un diablo, tocando timbales, con su colita y sus cachos de chivo, con sus ojos de fuego y su tridente. También lo dibujé junto a mi madrina Trina Payares. Ella como una bruja y él como lo que era, el diablo malo de la salsa.
A Gelindo lo dibujé, nuevamente, como John Travolta en Fiebre de sábado por la noche, yo no había visto la película, pero me la sabía de memoria por los comentarios de mis primos y por las fotografías que aparecían en las revistas. Debo aclarar que el traje blanco con el que dibujé a Gelindo no era un esmoquin sino una túnica como la del ángel de la portada de un catecismo. La pose sí era la de Travolta: mano derecha alzada, con el dedo índice extendido emanando una luz incandescente, y la otra mano apuñada a la altura de su cadera ligeramente levantada hacia la izquierda. Donde gasté más lápices de color fue en el piso. Mucho rojo y mucho amarillo y mucho azul. Y mucho plateado también, no en el piso sino en la bola de espejos que dibujé detrás de Gelindo y sobre la cual me dibujé yo, de pie con una bufanda larguísima; a mi lado, una flor con la cara de Juancito Trucupey y una serpiente, con la cara de mi madrina Trina Payares.    

6 comentarios:

  1. Buen capítulo, José. Ameno y musical. Tenías razón, viendo los videos se disfruta más. Buenísimo también el capítulo 7 que leíste en el recital. Todo de color naranja, acorde al aniversario del Nuevo Día je. Atento al próximo capítulo!

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  2. ¡jaaaaaa!Me divertí muchísimo...

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  3. Profe, me va gustando mucho... miento, me encanta !! Sobre todo ese contrapunteo, como logra trasmitir la emoción de ese momento y servirse de los hipervínculos o links para hacer que el lector escuche las canciones y se haga parte de la historia. Voy a escribir algo para el encuentro de fin de mes. Una pregunta profe, "el cuadro de un chino de piel naranja y labios azules" ¿existe, o es lo que llaman "écfrasis nocional"? jejeje. Espero su respuesta, puesto que no tengo en mis referentes pictóricos un cuadro tal como el que ud describe. Gracias profe. Sigo leyendo.

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